Durante dos semanas, desde el 16 hasta el 30 de abril 2013,
se organizan eventos en varios puntos de Barcelona y otras ciudades de España
para que las familias lleven a sus bebés (0-3 años) a escuchar cuentos y
experimentar con los libros. Podéis consultar toda la programación aquí.
Aprovechamos, también para ofreceros
hoy una delicada y emotiva lectura sobre la necesidad y experiencia gratificante que puede
ser contar cuentos y leer en voz alta a nuestros hijos desde el inicio de la
vida. Deseamos que toque y despierte vuestra fibra lectora y sobre todo se ponga en acción a través de vuestros corazones amorosos, maternales y paternales.
INSTRUCCIONES PARA ENSEÑAR A UN NIÑO A LEER
por
Conviene empezar cuanto antes, a ser
posible en la habitación misma de la clínica de maternidad, ya que es
aconsejable que el futuro lector esté desde que nace rodeado de palabras. No
importa que, en esos primeros momentos, no las pueda entender, con tal de que formen parte de ese mundo de
onomatopeyas, exclamaciones y susurros que le une a su madre y que tiene
que ver con la dicha. Poco a poco irá descubriendo que las palabras, como el
canto de los pájaros o las llamadas del celo de los animales, no son sólo
manifestación de existencia sino que nos permiten relacionarnos con lo ausente.
Así, muy pronto, si su madre no está a su lado echará mano de ellas para
recuperarla en su pensamiento, o si vive en un pueblo rodeado de montañas les
pedirá que le digan cómo es el mundo que le aguarda más allá de esas montañas y
del que no sabe nada.
Palabras
del día y de la noche
Por eso los adultos deben contarle
cuentos, y sobre todo, leérselos. Es importante que el futuro lector
aprenda a relacionar desde el principio el mundo de la oralidad y el de la
escritura. Que descubra que la escritura
es la memoria de las palabras, y que los libros son algo así como esas
despensas donde se guarda todo cuanto de gustoso e indefinible hay a nuestro
alrededor, ese lugar donde uno puede acudir por las noches, mientras todos
duermen, a tomar lo que necesita. A estas alturas habrá hecho un descubrimiento
esencial, que existen palabras del día y palabras de la noche. Las palabras del
día tienen que ver con lo que somos, con nuestra razón, nuestras obligaciones y
nuestra respetabilidad; las de la noche con la intimidad, con el mundo de
nuestros deseos y nuestros sueños. Y ése es un mundo que necesariamente se
relaciona con el secreto. Por eso, el
adulto no debe hablar demasiado al niño de los libros, ni abrumarle con
consejos acerca de lo importante que es leer, porque entonces éste desconfiará.
La madre que guarda en la despensa los dulces que acaba de preparar, no lo
proclama a los cuatro vientos, y así los vuelve más codiciables. Las palabras
de la literatura tienen que ver con ese silencio, con lo que se guarda y tal
vez hay que robar, nunca con lo que nos ofrecen a gritos, y mucho menos a la
luz del día, donde todos puedan vernos. El
futuro lector, en suma, debe ver libros a su alrededor, saber que están ahí y
que puede leerlos, pero nunca sentir que es eso lo que todos esperan que haga. Sería
aconsejable, si me apuran, que los padres no los tuvieran demasiado a la vista,
sino que los guardaran dentro de grandes armarios, que a ser posible
mantendrían cerrados con llave. Aunque de vez en cuando se olvidarían esa
llave, o de cerrar esos armarios, dándole al niño la opción de llevarse los
libros cuando nadie les viera. Pero lo
más importante es que el niño vea a sus padres leer. Discretamente, sin
ostentación, pero de una forma arrebatada y absurda. El rubor en las mejillas de una madre, mientras permanece absorta en el
libro que tiene delante, es la mejor iniciación que ésta puede ofrecer a su
niño al mundo de la lectura.
Jardín
secreto
Pero los libros son como aquel jardín
secreto del que hablará F. H. Burnett en su célebre novela homónima: No basta con saber que están ahí, sino que
hay que encontrar la puerta que nos permite entrar en su interior. Y la llave
que abre esa puerta nos tiene que ser entregada azarosamente por alguien. En
la novela de F.H. Burnett es un petirrojo quien lo hace, y gracias a ello la
niña puede visitar el jardín escondido. El que ese petirrojo tarde en
presentarse no quiere decir que no vaya a hacerlo nunca, pero incluso si así
fuera tampoco se alarme demasiado, ni por supuesto llegue a pensar que su
hijito es un caso perdido. Piense que la lectura no siempre nos hace más
sabios, ni más inteligentes, ni siquiera más buenos o compasivos, y que bien
pudiera ser que ese niño que adora fuera como los bosquimanos, que tampoco
leyeron una sola línea y eso no les impidió concebir algunos de los cuentos más
hermosos que se han escuchado jamás. No
olvide, en definitiva, que el cuento más necesario, y por el que seremos
juzgados, es el que contamos sin darnos cuenta con nuestra vida.
+ info: Artículo publicado
el 17 de abril de 2003 por el suplemento Blanco y Negro Cultural del diario ABC.
Con este texto
Gustavo Martín Garzo ganó el IV Premio periodístico sobre lectura de la
Fundación Germán Sánchez Ruipérez (Salamanca)